. Con solo echar un vistazo al grupo podías localizarla entre todas ellas, sus paseos erráticos destacaban entre los movimientos sincronizados de las demás. Le gustaba de igual manera estar en el centro del rebaño como de repente vagar aislada del resto, pero siempre era perfectamente reconocible entre las otras. Y no es que fuese físicamente diferente a las demás, la blanca y esponjosa lana de su pelaje era exactamente igual a la blanca y esponjosa lana de las otras y sus ojos negros no eran distinguibles por ninguna expresión en particular.
Antón, el pastor, a veces solía encontrarla distraída observando atentamente las hierba en vez de comerla, de hecho no recordaba haberla visto comer nunca, pero como no estaba ni más flaca ni más gorda que las demás, jamás le había dado importancia.
Aquella mañana, mientras descansaba bajo la sombra del algarrobo, observaba como
Rufio gobernaba la manada para que no se dispersara por el valle con sus estudiadas carreras y ladridos. De repente cayó en la cuenta de que aunque el rebaño permanecía unido y pastando plácidamente en el prado, parecía que el conjunto rebaño y perro pastor no fluía como él siempre había apreciado.
Si, el perro las mantenía ordenadas formando un círculo casi perfecto, pero a Antón le apetecía que se desplazaba a voluntad por el valle. Lo que le dejó complemente descolocado era que entre las ovejas más altas del centro ella permanecía quieta, apenas visible, en el centro exacto del círculo mientras todo fluía a su alrededor.
Pasó la tarde observando el patrón de movimientos de las demás ovejas y no tardó en darse cuenta de que antes o después ovejas que no estaban pastando en ese preciso momento pasaban cerca del centro del círculo y bajaban la cabeza para comer durante solo unos instantes entorno a ella y después se alejaban. Una tras otra todas acababan pasando por el centro del círculo.
A última hora decidió adentrase en el rebaño, este en vez de dispersarse asustado, como de costumbre, permaneció agrupado y a pesar de que su perro le seguía las ovejas parecían ignorarlo. Al llegar al centro pudo observar como junto a ella había un montón de pasto fresco. El rebaño al completo se estaba acercando, oveja a oveja, para dejar forraje traído en sus bocas de otra parte del prado. Mientras, ella comía tranquilamente.
Antón permaneció perplejo durante un largo rato, jamás había visto este comportamiento, ni en este rebaño ni en ningún otro. Se acercó más, las ovejas siguieron sin alarmarse, amontonando sin parar más pasto, entonces pudo comprobar que ella lo miraba fijamente.
¡Que extraño! Pensó, y antes de que pudiese darse cuenta estaba arrancando hierba con sus manos y llevándola hacia ella.
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